Jacinta creció soñando con tejer hilos de seda y plata, engarzados en el recuerdo del que fue su amante pirata. Y tuvo su sueño tanta fuerza, brío y templanza, que de él crecieron tres hijas delgadas cual la paja, pero con el talle fuerte del bambú y el vuelo de la hojarasca.
Leonor llamó a la primera, la segunda fue Florencia, e Isabela la tercera; que tres fueron las piezas de tela que sus arrugadas manos trabajaron.
Más una tarde de otoño, un viento frío y furioso las quiso para él.
Jacinta las buscó y buscó, bobinas y agujas en un pequeño costurero. Las encontraría y las cosería a su cuerpo.
Y fue entonces que vio como el suelo tornaba de puntadas firmes y el cielo se llenaba de abalorios y botones, como patrones de una gran modista. Sus tres hijas riendo, bailaban en un firmamento de pedrería y encajes.
A Jacinta le nació del alivio la risa y de sus manos brotaron nubes de algodón sujetas con cintas sobre un raso azul y un terciopelo rosa. Y fue ahí que supo que al fin había aprendido a tejer sueños.
Margarita Hanz
Dedicado a esas mujeres que vestían a su familia gracias a horas de costura tras su propia jornada