A menudo se habla de los que se van

A menudo se habla de los que se van. Se habla de sus nostalgias, de su tanto echar de menos. Pero, quién habla de los que quedamos aquí, quién mienta a los que tenemos que aficionarnos a imaginar las caras de los que volvieron a otro lugar.

Ellos llegan trayéndonos coronas de alegrías, de ilusiones, de nuevos aires que alivian, están con nosotros y nos habituamos a ellos, nuestros corazones se amoldan y se acostumbran a sus compañías, pero luego se van y comenzamos a extraviarnos porque el diario ya no es diario y hacemos piruetas con la voluntad, para no tocar las cosas que tocaron, como si fuesen objetos sagrados. 

Miramos hacia el lugar donde los encontramos y al ver que no está completo sin sus siluetas, nos confundimos, nos llega el vacío al pecho, a las costillas, nos atraviesa hasta el diafragma como si fuera la mayor estafa sufrida.

“¿Dónde están si son de mí?” Y recorremos las estancias donde estuvieron sin comprenderlas ahora y tocamos el olor de su persona donde ellos rozaron el presente compartido.

Todo se hace demasiado sencillo: el vestirse, el hablar, el salir, el mirar…   la vida misma es demasiado sencilla, simplemente porque ya no están para recibirnos.

Siempre se habla de los que se van, tejiendo hilos de vida, marionetas que tiemblan ante la alegría cuando retornan sus nombres; pero, quién habla de los que nos quedamos, los que de tanto esperar, sólo sabemos ya eso, esperar. Quién habla de los que nos quedamos aquí.

Fragmento de “Cuaderno de memoria” de Olga María Palmero Gamboa

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