Tal día como hoy, 22 de junio de 1372, Castilla e Inglaterra se enfrentan en la “Batalla de La Rochelle”, costa francesa.
La victoria por parte Castellana es aplastante, las bajas inglesas fueron todas sus naves hundidas, casi un millar de muertos, cientos de caballeros y miles de soldados hechos prisioneros.
El principal artífice de esta hazaña es un almirante castellano, II Señor de Palma del Río, Ambrosio Bocanegra, hijo del I Señor de Palma del Río Micer Egidio Bocanegra. Este hecho que se origina dentro del marco de la “Guerra de los 100 años”, consolida a Castilla como la primera potencia naval del Atlántico, también adquiere repercusiones económicas, dando posibilidades mercantiles a nuestros marinos, aumentando las exportaciones y casi el monopolio del mercado lanero, convirtiendo a Burgos en la ciudad más importante de la Europa Occidental. Militarmente adquiere un desarrollo para establecer a la futura España como una de las potencias navales más importantes del mundo, con nuestra ilustre “Armada”. Después de años sirviendo en el almirantazgo castellano, Ambrosio Bocanegra se retira a su Villa de Palma del Río, donde se sospecha que acabó sus días, enterrándose en la cripta de la Iglesia Santa María la Mayor.
Este didáctico resumen es obra del ateneísta Antonio Higueras Navarro y da paso al magnífico artículo que sobre este tema nos ofrece Guillermo Nicieza Forcelledo.
En 1369, el rey Carlos V de Francia había reanudado las hostilidades contra Inglaterra en el contexto de la guerra de los Cien Años, rompiendo el Tratado de Brétigny de 1360, que había tejido una frágil paz entre ambos reinos. La decisión de violar la paz no había sido peregrina, sino muy meditada, ya que, tras el tratado de Toledo del 20 de noviembre de 1368, Enrique II de Castilla se había comprometido a prestar ayuda naval a Francia con su poderosa armada castellana. Esto permitía abrir un nuevo ataque con muchas posibilidades de éxito por la vía marítima y naval. La alianza franco-castellana se había fraguado durante la Primera Guerra Civil Castellana, ya que Enrique de Trastámara, futuro Enrique II, buscaba contrarrestar la coalición de Pedro I, su rival, con Inglaterra, mientras Francia sumaba un poderoso aliado a su bando. Según el tratado de Toledo, Castilla se comprometía a aportar el doble de naves que Francia en las operaciones navales que se desarrollaran conjuntamente, mientras que Francia se comprometía a apoyar militarmente las aspiraciones de Enrique al trono castellano.
El 23 de marzo de 1369, en el contexto de la guerra civil castellana, el rey Pedro I, “el Cruel” o “el Justo”, según el bando, era asesinado durante la batalla de Montiel y el trono recaía en Enrique, que se corona como Enrique II de Castilla. Sin embargo, la corona de Enrique no estaba ceñida con tanta seguridad como parecía, pues se contaban por miles los partidarios de Pedro I y el nuevo rey tuvo que hacer frente a muchos problemas y conspiraciones para consolidad su trono.
La situación de Enrique II se tornaba cada vez más dudosa y a cada paso que daba sus enemigos se multiplicaban al firmarse las importantes alianzas de Fernando de Portugal con Carlos II de Navarra y Muhammad V de Granada, tomando éste Algeciras para sí. Decidió entonces Enrique II juntar una hueste con sus partidarios y marchar al contraataque hacia Galicia, con el apoyo de los nobles asturianos que siempre le habían sido fieles, llegando a expulsar a los portugueses y haciéndolos retroceder. Después avanzó en tierras portuguesas tomando Braga y Braganza y amenazando caer sobre Lisboa, sin embargo, sin apoyo naval esto se antojaba complicado ya que aún permanecía el bloqueo portugués en el río Guadalquivir.
El 16 de agosto de 1370, Ambrosio Bocanegra era nombrado almirante de Castilla con la orden de armar una flota de 20 galeras que, aunque escasa de hombre de remos, muy bien dotada de peones y caballeros, para navegar en el río Guadalquivir, romper el bloqueo naval portugués y si era posible secundar la invasión castellana de Lisboa por mar. Ambrosio Bocanegra, nombre castellano para Ambrogio Boccanegra, había nacido y criado en una familia de marinos de origen genovés al servicio de Castilla; su tío era el primer dogo de Génova y su padre, Egidio Bocanegra, un marino que hacía recibido los favores de Castilla al socorrer al rey Alfonso XI con una flota en 1341, cuando éste libraba una guerra con los benimerines y sus aliados moros de Granada. En pago a los servicios de Egidio Bocanegra en la batalla del río Salado en 1344, Alfonso XI de Castilla le concedió a los Bocanegra la villa de Palma del Río, donde se asentaron y se crió el joven Ambrosio. Durante estos primeros tiempos Ambrosio Bocanegra había acompañado a su padre en sus campañas con la armada de Castilla y había sido fiel partidario de Enrique durante la Guerra Civil Castellana, tanto en las batallas como en el exilio en Francia.
La flota de Bocanegra no había sufrido bajas en este enfrentamiento con la flota portuguesa, y el duelo se saldó de forma favorable a Castilla, que firmó una paz necesaria con el tratado de Alcoutim, abandonando la contienda Navarra y Granada por un lado, y Aragón por el otro. Esta cláusula favorecía claramente a Enrique II, ya que con ella privaba de su ayuda a los partidarios de Pedro, que tuvieron que aceptar la rendición, aunque progresivamente. Sin embargo, Inglaterra no sólo no había abandonado el conflicto, sino que además había renovado sus esfuerzos en tomar parte en la sucesión castellana, apoyando a su pretendiente Juan de Gante, hijo de Eduardo III de Inglaterra y esposo de la infanta Constanza de Castilla, hija de Pedro I.
Esta situación de cruce de intereses y alianzas había obligado en su momento a Enrique II a posicionarse a favor de Francia en la guerra que libraba a su vez contra Inglaterra, la Guerra de los Cien Años, y en este momento en el que Castilla estaba pacificada y Portugal no resultaba una amenaza, Francia le solicitó que cumpliese con su parte del acuerdo.
Envió el francés emisarios a Castilla solicitando el cumplimiento de la cláusula, cumpliendo los castellanos con su palabra. Enrique II encargó entonces a Ambrosio Bocanegra armar una flota con lo más florido de Castilla para apoyar a Francia, en ella iban ilustres marinos y militares como Ruy Díaz de Rojas, Fernán Ruiz Cabeza de Vaca o Fernando de Peón. La escuadra estaba compuesta por de 20 a 22 galeras y naos, y puso proa hacia La Rochelle, plaza fuerte inglesa en Guyena que no cedía al asedio francés por tierra del condestable Bertrand du Guesclin.
La estrategia de Carlos V de Francia era clara, tomar y mantener las plazas fuertes inglesas en territorio francés, ganar terreno y conseguir definitivamente expulsar al mar a los ingleses de su tierra. Dentro de esas ciudades percibidas como claves estaba La Rochelle, un puerto de mar con una situación estratégicamente óptima en el Atlántico que tenía un pie en el canal de la Mancha y otro en el golfo de Vizcaya; tomar la ciudad suponía poner de rodillas al Ducado de Guyena, que bajo el control de Inglaterra.
El rey Eduardo III de Inglaterra no ajeno a la importancia estratégica de La Rochelle, y decidió defenderla a toda costa, levantando para ello una armada de 36 naos inglesas, al mando de la cual puso a su yerno, el conde de Pembroke. Además de las naves de guerra, en la armada inglesa también iban 14 naves de transporte con soldados, suministros, víveres y oro, destinados a auxiliar el Ducado de Guyena.
Las fuentes medievales difieren de forma importante en los datos y número de naves y hombres, afirmando Jean Froissart, cronista francés, pero al servicio de Inglaterra, que existía, cómo no, una amplia superioridad numérica castellana. Sin embargo, esto no sólo es poco probable, sino que seguramente fuera al contrario. La estimación real es de unos 20-22 barcos castellanos por 36 ingleses (más 14 embarcaciones menores de carga y transporte), total unos 50 ingleses.
El día 21 de junio de 1372, la escuadra castellana avistó a la flota inglesa, que probablemente estuviera llegando a La Rochelle. Y horas más tarde, al atardecer, ambas armadas se cruzaban en la boca del puerto donde se produjo entonces una escaramuza de escaso valor militar, debiendo detenerse el combate al poco tiempo a causa de la falta de luz. Tras un debate entre el estado mayor de la escuadra castellano, Bocanegra decide ordenar la retirada y el repliegue general. Entre los capitanes castellanos se encontraba Fernán Ruiz Cabeza de Vaca, Fernando de Peón y Ruy Díaz de Rojas, que era comandante de las naos.
Los marinos ingleses achacaron esta retirada a la cobardía, y así lo pregonaron, celebrándolo a gritos y carcajadas. Sin embargo, esta decisión del genovés no estaba influida por la cobardía sino por el conocimiento. Amparado en la oscuridad de la noche, Ambrosio Bocanegra aprovechó este momento para extender su flota y copar totalmente la entrada al puerto de La Rochelle. Los ingleses habían sufrido hasta este momento algunas bajas y la propia guarnición de la ciudad trató de auxiliarlos con barcas desde el puerto. Pero Ambrosio Bocanegra, con la pericia marinera que le caracterizaba, había cortado el paso y toda posible comunicación de la flota inglesa con el puerto, y además lo había hecho ganándoles el barlovento. Bocanegra, también había estudiado las condiciones naturales de la bahía, las corrientes y las mareas, y había deducido que por el tipo de naves que llevaban ambos bandos, los castellanos se beneficiarían de esperar al día siguiente con la marea.
Al amanecer, los ingleses estaban preparados para reanudar el combate y aprovechar su superioridad para barrer a los castellanos, pero la rehuida al combate de la tarde anterior de Bocanegra había sido cuidadosamente planeada. Con la bajamar, las pesadas naos inglesas habían quedado varadas al tener un calado mucho mayor que las galeras castellanas, y, antes de que subiera la marea y pudieran flotar, ya eran un blanco fijo para las más ligeras galeras del almirante de Castilla. Bocanegra ordenó a sus galeras castellanas aproximarse y atacar a los ingleses.
Sus galeras abrieron primero fuego con la recién estrenada artillería naval, lanzando piedras con catapultas y tornillos con las grandes arbalestas navales, mellando las cubiertas inglesas, y consiguiendo capturar a 4 de sus naves. A continuación, los castellanos evitaron los combates directos, replegándose y conformándose con pequeñas escaramuzas para después lanzar varios brulotes contra las formaciones inglesas que sucumbieron al fuego y a la desorganización, hundiéndose o quemándose 14 naos. Tras hacer mella en las naves y la moral inglesas, aprovechando la confusión y los intentos inútiles de los ingleses de maniobrar, las galeras castellanas se aproximaron y se lanzaron al asalto contra las naos inglesas. El combate cuerpo a cuerpo duró poco y la derrota infligida a los ingleses fue total.
Todas las naos inglesas fueron quemadas, hundidas o apresadas por los castellanos, además de muchas de transporte; en total unas 48 naves. Se estima que cerca de 800 ingleses murieron en combate, quemados o ahogados, y que los soldados que no murieron en combate, fueron hechos prisioneros, entre ellos el propio conde de Pembroke. Esto incluyó a entre 160 y 400 caballeros y señores, por los que se pidió grande rescate, como era su privilegio de nobles, y de 1500 a 8000 soldados prisioneros (Fernández Duro los estima en base a la Crónica Belga en 8000, los ingleses, obviamente, afirman que 1500). Los castellanos apenas tuvieron bajas, y no perdieron ninguna nave.
Por otro lado, el oro capturado por los castellanos en las naves de transporte se estima, según la crónica de Walsingham, en unos 20.000 marcos, por lo que seguramente fuera bastante más. La guinda del pastel llegó durante el viaje de regreso hacia Santander, cuando Bocanegra apresó, sin derramar sangre, otros 4 barcos ingleses.
Cabe destacar, que, aunque los usos por aquellos tiempos era ejecutar a los vencidos, aún después de rendirse, y tirar a los heridos por la borda, Bocanegra, almirante de Castilla, tuvo un gesto de magnificencia, perdonando la vida a los hombres de armas y enviando al conde de Pembroke y a 70 de sus caballeros principales, llamados de “espuelas doradas”, a Burgos ante la presencia del rey Enrique de Castilla. Éste los entregó a su vez al condestable de Francia, Bertrand du Guesclin.
Tras esta acción decisiva de la armada castellana, La Rochelle cayó al poco tiempo en manos francesas con el apoyo marítimo y terrestre castellano, mientras que la Guyena entera peligró con sucederle lo mismo. Dentro del contexto amplio del desarrollo de la guerra de los Cien Años, la pérdida de esta estratégica plaza, sumado a las bajas, la destrucción de la flota, del oro y de los señores y caballeros, puso a Inglaterra en serias dificultades para defender sus posesiones en la Guyena frente a una ofensiva francesa que sólo acababa de iniciarse.
La victoria entregó de forma inapelable el dominio efectivo del canal de la Mancha a los franceses y el Atlántico a los castellanos, además de facilitar una serie de ataques de castigo y desembarcos aliados en la costa sur de Inglaterra.
En 1375, Inglaterra solicitó la paz a Castilla.
Por lo que respecta a Castilla, la rotunda victoria contra Inglaterra la consolidó como la primera potencia naval de Atlántico, sólo disputada posteriormente por Portugal, aunque brevemente. También le granjeó favorables repercusiones militares y económicas, dando grandes posibilidades mercantiles a sus marinos, fundamentalmente vascos y cántabros asociados en la “Hermandad de las Marismas”, ya fuera para el comercio de lana con Flandes e Inglaterra, tras los tratados favorables de paz. El corso castellano era ahora más osado y prácticamente bloqueaba el comercio entre Inglaterra y Flandes, favoreciendo notablemente los intereses de los mercaderes castellanos, que incluso levantaron un almacén en Brujas. En definitiva, este gran aumento de las exportaciones y casi monopolio del mercado lanero estimuló la economía castellana convirtiendo a Burgos, sede administrativa que manejaba estos negocios, en una las ciudades más importantes de la Europa Occidental. Tras la batalla de Lisboa y más de 15 años de servicio del genovés a la corona de Castilla, a finales de 1373, Ambrosio Bocanegra se retiró a su villa de Palma del Río, donde fallecía poco después, siendo enterrado posiblemente en la cripta de la Iglesia Santa María la Mayor, que a la postre se convertiría en la actual Parroquia de Nuestra Señora de la Asunción, donde puede que aún reposen los restos del Almirante de Castilla.

Guillermo Nicieza Forcelledo (Gijón, 1990), dedica su tiempo a formarse en Medicina y Cirugía, Universidad de Oviedo, fundamentalmente en las especialidades de Cirugía General, Traumatología y Medicina Forense, de cara a sentar plaza al empleo de oficial médico del Cuerpo Militar de Sanidad, del que actualmente es opositor. Complementa su formación sanitaria con las que son sus pasiones: el ajedrez, la esgrima, y sobre todo la navegación y la Historia Naval española, consagrando gran parte de su tiempo libre a la investigación y divulgación sobre esta materia. Su labor divulgativa se centra en los siglos XVI, XVII y XVIII, aunque abarca desde las marinas de guerra de Castilla y Aragón hasta la batalla del cabo Trafalgar. Para ello, ha encontrado en Twitter la herramienta perfecta para divulgar sobre conocimientos navales, náuticos y militares, y elaborar una “jarcia de hilos” que, aunque breves, explican desde batallas navales, hitos náuticos, interpretación de pintura naval, navíos famosos, ilustres marinos hasta náutica y navegación de vela. Actualmente se encuentra trabajando en una serie libros sobre esta temática.
Ha sido reconocido con la condecoración Universitas Summa Cum Laude en la Escuela de Guerra del Ejército por su labor divulgativa.
Imagen de cabecera obra de Irene García