
Dios fue el primer alfarero y el hombre su primer cacharro. Posiblemente, José Onieva Nieto en Palma del Río fue de los últimos propietarios de alfarerías que nos transmitió un oficio tan antiguo y magnético. El simple placer de mirar cómo gira el torno movido por los pies del alfarero mientras sus manos mojadas se deslizan por la pella moldeando una pieza única y semejante a la próxima, dejará en nuestra vista memoria de un arte y en nuestro olfato el olor intenso a barro.
Los carros y las camionetas transportaban la grea o barro arrancados a la cantera por el arroyo de Lavadera del Alcaudillo. Golpeando con picos las piedras de aquellos cerros se iban llenando las espuertas para ser transportadas hasta los pilones de agua de la alfarería de Onieva el barro duro se sometía al encuentro con el agua para ablandarla. Desde los pilones el barro tierno era preparado en pellas, moldes cilíndricos de distinto tamaño para moldear piezas de diferentes tamaños.
El alfarero colocaba la pella en la rueda y con sus manos permanentemente mojadas en el albañal iba abriendo las entrañas de la masa de barro, desde el interior, la panza, hasta lograr la embocadura. Posteriormente, se procedía a enasar las asas con el modelado de los dedos uniendo con sumo tacto la pieza, asimismo, se unían los pitorros, abriéndose el agujero con un palillo.
Tras un primer secado y habiendo logrado cierta consistencia la pieza, por ejemplo, los cántaros y los dornillos, estos eran colocados en el interior de las dos plantas del horno. Los cántaros bocabajo y en medio, los dornillos, cacharro para elaborar gazpacho. El horno era sellado con una puerta de ladrillos. La combustión se ejercía desde abajo y la cocción se lograba por pericia, más que por instrumentales.
De esos hornos han salido cántaros, cántaras, dornillos, morteros, macetas de cáliz, de tronco, ladrillos, tejas y pocos porrones, pues el barro de Palma no era óptimo para el enfriamiento posterior del agua.
Aquella alfarería de la calle Ríoseco que montó Manuel Onieva Nieto, fue continuada por su hijo José. En estas imágenes podemos ver todo el proceso: extracción del barro, moldeado de la pella, primer secado, enasando, perdida de humedad al sol, almacenamiento tras la cocción y la felicidad de aquellos trabajadores “dioses” del barro.
Con gratitud a Francisco y Belén Onieva – Manuel Muñoz Rojo











